Estaciones de cambio
El crecimiento de los frutales está determinado por el cambio de las temperaturas, lo que establece en su fase de desarrollo dos periodos de tiempo: la que podríamos llamar fase vegetativa, desde el principio de la primavera hasta la llegada del otoño. Es el momento en el que las plantas vuelven a nacer, florecen, vuelven a brotar las hojas y se llenan de color con los frutos. Termina con la vuelta a los colores terráqueos y con la desnudez en sus ramas.
Comienza entonces la segunda etapa: la fase de reposo. Desde finales del verano hasta una nueva primavera, los árboles no muestran ninguna función aparente porque permanecen dormidos. La actividad vegetal permanece inoperante y las yemas bien cerradas, esperando los tiempos cálidos en los que el árbol volverá a la vida activa.
En este contraste continuo entre frío y calor, existe un balance interno que lleva a cabo la propia planta; es ella quien regula su crecimiento y establece lo que más le conviene y lo que no. Sin embargo, a pesar de este control, siempre ejercerán influencia sobre ella algunos factores externos, especialmente los climáticos, que dan instrucciones sobre cómo y cuánto debe crecer el vegetal.
Cuando el árbol nota calor, activa su crecimiento vegetativo; sin embargo, cuando llega el frío y se encuentra en el momento de reposo, tiene lugar la caída de las hojas. En el otoño, el frutal es más susceptible ante las enfermedades, pues se abre una herida justo en el punto en el que se ha desprendido la hoja de la rama. Ésta se convierte en una entrada perfecta para infecciones imperceptibles que pueden dañar a las ramas.
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